Quizá si empezáramos por conceder que cada dios del deporte es irrepetible como consecuencia del tiempo en que estuvo activo. Quizá si admitiéramos que, por ende, las comparaciones son inviables a la par de absurdas. Quizá si permitiéramos que cada cual prefiera a quien mejor le plazca y dejáramos de lado el fatigoso acto ya no de convencer sino de imponer. Quizá si, con más amor al deporte que a cierto equipo o personaje, nos dispusiéramos a disfrutar a todos los genios atléticos por igual. Quizá así.