La solución al racismo en el futbol surgió inesperadamente en Portugal: nada de castigar a quienes van al estadio a gritar consignas de odio, nada de implementar genuinas campañas de educación orientadas a respetar al que parece distinto, nada de vetar estadios, decretar derrotas por default o hacer que los clubes se responsabilicen por su afición.