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Jugar al mediodía

Albert Camus admitió célebremente su deuda con el futbol para todo lo que había logrado saber sobre la moral humana. Aquí, admitimos humildemente la intención de usar este deporte para descifrar realidades, penetrar culturas y entender historias. Tal vez con el balón como medio de transporte para cruzar fronteras, algo más comprenderemos al margen de la pasión que sus goles suponen. mail:alberto.lati@24-horas.mx
Por  Febrero 13, 2014    1:17 am

                El tema no es nuevo, aunque dejó de discutirse por un buen rato: la relación entre el rendimiento de los futbolistas (es decir, la calidad del espectáculo), y el horario en que se juega.

Si un país ha sido específicamente famoso (e incluso pionero) por acomodar los cotejos de liga en momentos de particular desafío atmosférico para los jugadores, ha sido México. A diferencia de lo que suele suceder en las ligas europeas o en los certámenes mundialistas, la razón aquí no ha sido el intentar abarcar mayor cantidad de husos horarios (los ratings japoneses y chinos, por ejemplo tienen ya al Barcelona o al Chelsea brincando a la cancha a las 13 horas locales). Aquí la prioridad ha sido adecuarse a los usos y costumbres nacionales, al momento en que tradicionalmente se ve deporte en nuestro país (sea en estadio o en televisión) y, sobre todo, a un escalonamiento que permite no encimar la actividad de cada fin de semana.

Para un español o inglés, era inconcebible diez años atrás que los cotejos se dosificaran como en nuestro país: sábado a las 3, a las 5, a las 7, a las 9; domingo al mediodía, a las 2, a las 4. Allá se yuxtaponía buena parte de la jornada en un par de horarios y cada quien veía lo que quería (o lo que podía).

Todo lo anterior viene a colación de las quejas de Aldo de Nigris respecto al horario en que se jugó el paupérrimo Puebla-Guadalajara del domingo. El atacante chiva exageró un tanto al justificar el pobrísimo desempeño con el clima imperante a las doce, pero abrió un debate interesante.

La duradera y profunda rivalidad entre Diego Armando Maradona y la FIFA comenzó por el tema del que hoy hablamos y en específico en canchas mexicanas. En pleno mes de junio, Argentina disputó sus tres partidos de la primera ronda del Mundial 86 al mediodía, uno en Puebla y los restantes en la capitalina Ciudad Universitaria. Lo mismo se repitió para los albicelestes en el Azteca, tanto en cuartos de final como en la final. Años después Maradona ahondaría en sus protestas al escribir en su libro: “Lo nuestro creció en México, cuando ellos, que estaban en los palcos con aire acondicionado o con negros abanicándolos, nos hacían jugar al mediodía…. Y lo que no terminaba de entender el “cabeza de termo” de Havelange era que yo no quería ni quiero arruinarle el negocio, ¡no! Pero quería que entendiera, sí, que la clave de todo éste negocio, de todo éste espectáculo, éramos nosotros, los jugadores”.

Para Estados Unidos 94 se repitieron horarios similares, ineludible intento de evitar la madrugada europea y rascar algo de audiencia asiática.

De cara a Brasil 2014 las circunstancias parecen todavía más extremas con juegos a disputarse en pleno Amazonas. Inglaterra esperaba que su encuentro ante Italia fuera reprogramado para facilitar el rendimiento en el estadio de Manaos…, y sí fue cambiado, pero a un momento todavía más arduo: de nueve de la noche se adelantó a seis de la tarde, para pescar la noche europea. Los propios italianos tendrán que jugar en Recife a la una de la tarde, lo mismo que el Alemania-Portugal en el ardiente Salvador de Bahía e incluso algún emparejamiento de octavos de final en Fortaleza.

Lo que dice Aldo es cierto: no son horarios idóneos y tienden a perjudicar lo en teoría más relevante que es el espectáculo en la cancha. En teoría, porque en la práctica lo más relevante es más bien incrementar ganancias: en México 86, en Brasil 2014, en la liga española, en el mundo entero.

 

¿Daños colaterales a causa del millonario matrimonio futbol-televisión? Daños esenciales, diría yo.

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