El mismo ceño fruncido que le conocí cuando era jugador, la misma obstinación en repetir hasta el agotamiento cada jugada en el entrenamiento, la misma ansiedad por mejorarse a diario y no darse jamás por satisfecho, los encontraría años después en Ricardo Peláez cuando fuimos compañeros en la televisión.
En un oficio al que algunos ex futbolistas se aproximan desde la sobradez y el lugar común (finalmente, de antemano les legitima quienes fueron y se les paga por opinar de lo que desde niños hicieron), Ricardo Peláez entró con tanta hambre como autocrítica: cómo enfatizar al aire, cómo enriquecer su vocabulario, cómo argumentar, cómo pararse ante la cámara, cómo modular, cómo prepararse y enterarse, cómo entrevistar, cómo analizar…, tanto, que muy pronto dejó de ser percibido como goleador en el retiro y actuaba ya con soltura propia de quien siempre estuvo en los medios.
Intenso, emotivo, solidario, comprometido, ejemplar, aferrado, riguroso, apasionado, triunfador, entregado, líder, por rutina el primero en llegar ya a una transmisión o a un aeropuerto, aferrado a un cuaderno en el que consultaba y añadía anotaciones: minucioso y positivo