Por Alberto Lati 27 enero, 2015
Es un error habitual pensar que los futbolistas tienen la obligación de aguantar cuanto insulto y provocación llegan desde las gradas; “para eso cobran tanto”, argumentan como si en ese mentadero de madres estribaran los derechos humanos o la viabilidad del ecosistema. Lo anterior dicta también una lógica en el sentido inverso: que el pagar boleto da derecho a cada aficionado a decirlo y gritarlo todo.