Por Alberto Lati 12 de mayo, 2016
Pocas enfermedades en la infancia me generaron tanto dolor, como aquélla que debí de inventarme por culpa de Edú (o, más bien, de su impecablemente maldita rabona).
Pocas enfermedades en la infancia me generaron tanto dolor, como aquélla que debí de inventarme por culpa de Edú (o, más bien, de su impecablemente maldita rabona).