Por Alberto Lati 01 de septiembre, 2016
Nunca hubo protesta más sutil. De tan sutil, doliente, lacerada, incluso, y en su silencio, rabiosa.
Vera Caslavska compartía la cima del podio con la gimnasta rusa Larisa Petrik, por lo que al escuchar el himno soviético, reaccionó bajando su rostro y alejando la mirada de la bandera roja que se elevaba a la par de la suya, la checoslovaca. Eran los Juegos de México 1968, y por esos mismos días se suscitaría una protesta mucho más elocuente e indiscutible en los puños de los atletas afroamericanos Tommy Smith y John Carlos.