Por Alberto Lati, 22 de agosto, 2017
En un contexto permeado de racismo, es lógico que el deporte termine por reflejarlo. Esto nos obliga a la más elevada cautela: cautela en lo que se grita y se canta en las gradas, cautela en lo que se considera humor y pretende utilizarse para una broma en un vestuario, cautela en lo que sucede ante la opinión pública, pero sobre todo a puerta cerrada, donde nadie ve, donde el valor de la marca no se cree que peligra, donde las relaciones públicas son ajenas.