Por Alberto Lati, 29 de junio, 2018
Como en coreografía montada para algún berlinés teatro del absurdo, los jugadores alemanes se sostenían a dos manos la cabeza y perdían sus atónitas miradas en algún punto tendiente hacia Belo Horizonte, donde esta generación tuvo su clímax al golear a Brasil 7-1.
Pocos llegaban a las lágrimas: cuando una hecatombe es tan inesperada, hasta el llanto es tomado desprevenido, fluye impuntual si es que alcanza a fluir. Eso sí, los rostros estaban rojos y se movían en horizontal, negando, como si unos a otros se preguntaran dramáticos, “¿qué hemos hecho?, ¿qué hemos hecho?, ¿qué hemos hecho?”.