Así como los grandes pintores de la historia habrán insistido en que los pincelazos no pueden ser trazados sin sentimiento y los poetas asegurarán que los versos sólo brotan si corresponden a sus más ondas emociones, existen futbolistas que no saben patear el balón más que desde el amor.
Estirpe rara en un deporte donde lo habitual es jugar donde se cobra y no donde se siente (o donde sólo se siente en la medida en que se cobra), lo de Iago Aspas con el Celta es algo diferente, por no decir exótico.