Aterrado por la posibilidad de descender, el Guadalajara ha reaccionado como si el riesgo fuera en lo que resta de este torneo (cuatro partidos) y no todavía en un año.
Nombrar director técnico a Tomás Boy y dejar lo de Alberto Coyote en interinato de una escasa jornada (pese a la presentación con tanta pompa y a su carácter de leyenda rojiblanca), desenmascara a una institución a la deriva, más guiada por impulsos que por proyectos, frágil vela sometida al primer viento que sopla sin importar su orientación.