Recta a recta, acelerón a acelerón, los tiempos han rebasado a uno de los elementos más románticos y aspiracionales del serial de la Fórmula 1: los constructores independientes.
Entre todos ellos, quizá la historia más entrañable y encomiable era la de Frank Williams. Ser hijo de un oficial de la Royal Air Force propició que en su niñez tuviera un vínculo especial con los motores y la mecánica. A partir de eso, nadie le regalaría nada hasta llegar a tener su propia escudería en el máximo escaparate. Trabajando de inicio como vendedor de comida, utilizó sus ahorros para cumplir su sueño de los monoplazas. Así se fue acercando a esa industria y a algunos de sus jóvenes pilotos como Piers Courage y Jonathan Williams. Con ellos compartiría un pequeño apartamento en Londres y terminaría por colaborar como mecánico.